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Memoria y conmemoración


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Alberto Alvarez presenta una serie conformada por diez pinturas, realizadas con diversos materiales – acrílico y óleo aplicados con técnicas muy expresivas -, en distinto formatos, como una contribución con la memoria y la construcción desde la memoria del Holocausto. A través del conjunto, el autor ofrece un relato sobrecogedor, en clave profundamente personal y con un tono en el que ocupan el primer plano la reivindicación de la dignidad humana – valores e ideales -, el respeto por la dimensión existencial del sufrimiento extremo, la revelación tanto de la esperanza como del heroísmo, la necesaria denuncia de los culpables del pasado pero también de la posible repetición puesto que la repetición se oculta larvada en la naturaleza humana.

Las obras dan cuenta de una actitud responsable que se ha hecho cargo de las dificultades de la tarea encarada. La representación del Holocausto fue objetada por varias de las más importantes conciencias de nuestro tiempo a partir del mismo momento en el que se comenzó a develar el horror de lo acontecido. Recién en los últimos tiempos se ha salvado el obstáculo levantando contra la posibilidad de la representación artística y también la prohibición de convertir semejante acontecimiento en objeto de fruicción estética. Esta nueva actitud no depende de un cambio de perspectiva sobre los hechos, sino de las nuevas concepciones sobre la experiencia estética – que asumen plenamente su carácter ético y político -. La obra de Alberto Alvarez no pretende ser una representación ni una simbolización, sino una interpretación en la que confluyen las voces de las víctimas con el horizonte de un sujeto que desea comprender lo acontecido, apelar a la justicia e interpelar los tiempos por venir.

Corresponde atender el proceso creativo para advertir la distancia con la representación y la fuerte problematización de la irrupción del tema en las superficies culturales de los distintos estratos sociales. Álvarez ha escuchado los testimonios personales – fundamento mismo de la transición de la vivencia individual en memoria colectiva y legado histórico -, ha vuelto sobre pasado, ha prestado atención a los diversos modos en que la Shoah fue asumida – como sacrificio, prueba, resistencia -. Los títulos de los diversos trabajos que forman parte de la secuencia constituyen las anclas de un significado literal, pero también despejan el horizonte de sentido de las imágenes en las que se pone al descubierto la presencia del irredimible dolor, el valor de su recuerdo, el reconocimiento que después de esa experiencia todo cambió para siempre (no sólo para las víctimas, sino también para quienes concordaron o negaron los hechos). El lenguaje artístico es desarrollado con precisión para que no oculte en su despliegue la densidad significativa que le permite al autor proponer desde sugestivas alusiones al desgarramiento, hasta la formulación de la pregunta: - ¿qué tengo yo que ver con eso?, cuyas respuestas, ínclitas en las telas, juzgan los logros de la Modernidad y legitiman la construcción de proyectos individuales y colectivos de futuro.

De este modo, se cumple desde acá y una vez más la honra a quienes fueron aniquilados – negándoles los ritos que mantienen a los muertos en la comunidad – y se musita la oración que su ausencia convoca. El arte conmemora el sufrimiento, como una interpretación necesaria para consolidar la experiencia de sentimientos que se encuentra a la base de una estética de la memoria, piedra basal de toda ética y política de la memoria.

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